Históricamente, disciplinas como la fotografía representan un ejercicio voyeurista lleno de imbalances de poder en el que el objeto de estudio juega un rol pasivo que satisface el interés, la curiosidad y el hambre de analisis por parte del individuo que porta la cámara, el cual determina las condiciones de la narrativa plasmada en base a una posición de privilegio.
La blanquitud y sus fantasias multi-culturales gustan de retratar sonrisas de niños indigenas, alcohólicos de arrabal, street art en la favela, graffiti en el palacio legislativo, pies de prostitutas, frases de argot barrial plasmadas en paredes coloridas, tambien romancea la precariedad en areas empobrecidas del mundo mientras señala lo "opresivo" del hijab a través del foto-periodismo colonial mas mezquino.
La alternatividad blanca se empeña en mimetizarse de forma forzada en mundos ajenos, quiere embarrarse de mierda hasta el hartazgo porque sabe que el día que se fastidie tiene siempre la puerta abierta para cambiar de ruta y escapar de su realidad prestada.
Khalik Allah arrebata la cámara y no presume un diploma universitario ya que el único certificado requerido para esta transgresión es la narrativa y peso de su propio cuerpo, de nuestra propia historia. El se retrata a si mismo, en el sentido individual y en el sentido colectivo. El no trata de intelectualizar la experiencia marginal, el es la experiencia marginal intelectualizando de forma desafiante los cánones fotográficos de las academias comemierdas.
La abstracción de lo visual como recurso de complejización aquí no es necesario. Los ángulos son nuestros, para nosotros y por nosotros.