No es accidental que incluso dentro de la producción cultural que resulta de experiencias históricamente marginalizadas, existan narrativas claramente periferizadas o invalidadas por completo.
La identidad binaria de gènero y la instituciòn de un severo marco heteronormativo como ùnico permisible dentro de los criterios de validaciòn hegemonizados, marca la pauta en la construcciòn de un imaginario tòxico y contraproducente.
Mientras sectores del feminismo blanco siguen creyendo en el " despojo de prendas como metàfora ùnica de libertad" y la ejecuciòn de Happenings en el espacio pùblico como la forma política "mas transgresora" de articular su privilegio històrico en base a raza, o Pussy Riot sigue acaparando la atenciòn mediàtica de la blanquitud intelectualizada como un modelo punta de lanza con respecto a las formas de participación política a travès del arte, Aquì, en los "rincones recònditos" y ghettoización del mundo prieto, se han venido postulando por años y años actos afirmativos que abiertamente cuestionan , resignifican o incluso suplantan el termino Queer por otras formas de autodenominación mas cercanas a nuestras experiencias como individuos permeados por la racialización.
Es así que sin solicitar la aprobaciòn de los canones hegemónicos de la "otredad militante", estas formas de autodeterminación nos hablan más, nos representan mejor, los incomodan en serio.
De este modo, respondiendo a una responsabilidad històrica a nivel interno dentro de nuestras comunidades de color , es importante dialogar con las complejidades de nuestra condición colonial y desaprender la Homofobia en todo contexto, comenzando por la ruptura de todo marco de apreciaciòn en el que Cakes da Killa, Rico Dalasam, Kele o Mykki Blanco no sean validados como parte fundamental de nuestras experiencias culturales.