Para Whitfield Lovell los retratos anónimos no son un acto voyeurista que satisface el interés de coleccionar experiencias ajenas como la pretensiosa blanquitud culturizada; son por el contrario reflejos indirectos de su propia existencia: storytelling, oralidad, memoria, siempre una narrativa mas relevante que lo que la curaduría hegemónica en el mundo considera como high-art.
Lovell se auto-define como una criatura que contempla sus propios poderes, lo cual nos deja claro que el arte a través del cuerpo del oprimido tiene un impacto y responsabilidad colectiva incluso cuando se presenta como una ecuación auto-referencial.
Mucha de su obra utiliza pedazos de madera, reminiscencias del Mississippi y la trata esclavista, sin un lenguaje especifico que denuncie el genocidio histórico, Lovell apuesta a la reinterpretación del aludido, de aquel que se mira al espejo en cada una de sus piezas. La resistencia parece ser sútil en primera instancia, pero el impacto que genera es por demás violento, transgresor , frontal, necesario.
"..Aprendí a ver la libertad como como una experiencia siempre ligada íntimamente a la transformación del espacio físico.."
La forma en que Lovell manifiesta su arte resulta en una practica redentora en la que se explora la mitología desde un núcleo de poder descentralizado.
Las paredes suspiran.