Murió Fidel. No olvidar es jurisdicción de la memoria.
Es pertinente empezar a pensar que toda reflexión sobre Fidel es incompleta, posiblemente la figura histórica más relevante del siglo XX murió este viernes, y con su muerte le dimos un adiós definitivo al siglo XX. La muerte de Fidel era previsible, tenía 90 años. Sin embargo entendíamos simbólicamente que el proceso histórico de la revolución del siglo XX en Latinoamérica tenía un compromiso moral y ético con la vida de Fidel, mantenerlo vivo mantenía la economía emocional de muchos procesos revolucionarios. Sobre ese esfuerzo sobre natural operaba la certeza utópica de una generación.
La primera persona que me hablo indirectamente de Fidel fue mi papa, un hombre proveniente de los arrabales de la Ciudad de México, con una dignidad profunda, que no tuvo el privilegio de cursar la universidad, ni de la afición por la lectura, indiferente a todo tipo de militancia y formación política, ocupado permanentemente en dejar atrás los atavíos de la pobreza y mejorar sus condiciones sociales de existencia. Recuerdo que en esa primera ocasión que escuche hablar de Fidel, mi papa corrigió con precisión analítica el comentario de una periodista de la televisión, que decía que ese señor era un asesino, que mataba de hambre a un pueblo entero por un capricho ideológico.
Un capricho ideológico no se sostiene 58 años, asediado permanentemente por la violencia rapaz del imperialismo y la hegemonía. Tampoco se trata de llegar premeditadamente con una agenda teórica garantizadora de procesos, recuerdo a Chávez en algún momento decir en una entrevista, que un error común del revolucionario es saber cómo se hace el socialismo, “uno cree saber que es el socialismo, pero uno no tiene la menor idea de cómo hacer socialismo, uno llega y en el camino, aprende, camina e inventa”. La eficacia del proceso revolucionario depende también absolutamente de su poder inventivo, creativo.
Hay muchas formas de entender a Fidel, hay muchas formas de deslegitimarlo, enaltecerlo muchas formas de someterlo al paredón moral de la historia, muchas formas de reivindicar su estatura histórica, muchas formas de entender el proceso.
La primera vez que estuve en Cuba, me sorprendí de la polarización que había en torno a Fidel, había un segmento cansado, agotado, desesperanzado con el proceso revolucionario, había otro segmento orgulloso, reivindicativo, que legitimaba el proceso revolucionario como verdadera bandera de dignidad humana. Para ser muy honesto la complejidad del proceso va más allá de esa polarización, toca incluso nuestro compromiso revolucionario, y nuestra deshonestidad política.
Nunca se me va olvidar una conclusión simple a la que llegue con un viejo cubano que fue parte de los 52,000 cubanos especialistas militares, técnicos y estrategas que desembarcaron en la bahía de Luanda en Angola desde 1975, “del proceso revolucionario puedo ser muy crítico contigo, pero con un indeciso, o uno de esos críticos amateurs, ahí enaltezco todo lo que ha hecho la revolución”. Para decirlo más simple, cuando se está frente a un ejercicio ciego de enaltecimiento somos sumamente críticos, y cuando se está frente a un ejercicio mal intencionado de deslegitimación somos profundamente reivindicativos.
Desde que pensé en escribir esta nota, pensé, ¿y por dónde empezar? A una figura del peso histórico de Fidel solo hay forma de entenderlo particularidad por particularidad. En los últimos años lo que escribí seriamente sobre Cuba fueron un par de cuentos sobre el proceso de identidad yracializacion dentro del proceso revolucionario, o mejor dicho la incapacidad que tuvo el proceso revolucionario para erradicar de raíz las estructuras pigmentocráticas de colonialismo interno y racismo institucional. Claro está, haciendo el énfasis de poner la reflexión en su justa dimensión, y de nunca permitir que la crítica fuera instrumentalizada para el ejercicio ideológico de la derecha, o de los liberales demócratas de empaque y pacotilla opositores íntimos a cualquier verdadero proceso revolucionario.
Leía desde hace más de 15 años todas las opiniones de Fidel, porque a esa figura emblemática del pragmatismo revolucionario hay que sumarle la de estadista preciso, la de uno de los analistas geopolíticos mas perspicaces del siglo XX, la de uno de los intelectuales públicos más comprometidos y lucidos de los últimos tiempos.
Eran las 12 de la madrugada del viernes en República Dominicana cuando recibí la noticia que Fidel había muerto.
Pensé inmediatamente en su lugar histórico como el gran internacionalista, paradigma histórico que más ha contribuido a luchar contra el colonialismo y el imperialismo durante el siglo XX.
Hablando justamente de colonialismo interno, quizá uno de los ejemplos más paradigmáticos de colonialismo interno en el siglo XX, fue Sudáfrica. Actualmente no hay forma de pensar el colapso del régimen colonial del apartheid en Pretoria, al margen del internacionalismo y la solidaridad del proceso revolucionario cubano a través de los miles de militares que entreno, de los miles de médicos que envió, de los cientos de técnicos y especialistas en leyes que envió, no lo digo yo, lo dijo sobradas veces Mandela.
Pensé también en la solidaridad militar, política, civil y moral con la lucha de liberación de Argelia, una de los procesos de descolonización más importantes del siglo XX, solidaridad nacida formalmente un Enero del 62 en la que desembarco el “Bahia de Nipe” en Casa Blanca Marruecos, dirigido a suministrar de armamento y municiones al FLN, caso que abría por primera vez en la historia la solidaridad del proceso revolucionario cubano con las luchas independentistas de muchísimos países de África en el siglo XX. Aspecto que sería el principio y quizá uno de los menos relevantes dentro de una estrecha y profunda relación entre Argelia y Cuba. Las monumentales campañas de vacunación contra la polio en Congo durante el conflicto armado, el apoyo con medicamentos, armas y suministros a Guinea Bissau para combatir al ejército colonial portugués.
Los 450,000 cubano/as médico/as, maestro/as, ingeniero/as, soldado/as que estuvieron solidariamente en Angola por 16 años en la Operación Carlota.
Pensé en la vocación revolucionaria y la entereza moral con la que se asumió la emblemática defensa de un campo de refugiados de Namibia en Cassinga Angola, atacado por las fuerzas del ejército del apartheid Sudafricano. La educación que ofreció a esos 3,000 niños namibios sobrevivientes del ataque en Cassinga. La incansable solidaridad con el pueblo de la Republica del Saharaui, la becas para estudiar en Cuba a miles y miles de jóvenes afectados por contextos de guerra, y crisis humanitarias, jóvenes de los cuales yo he sido testigo. Los 16,000 soldados cubanos enviados a Etiopia, las misiones militares a Mozambique y Benín. Los miles de médicos actualmente operando solidariamente en el continente, porque la historia con H mayúscula decide cuando no ver y cuando olvidar, que a nadie se le olvide que el primer país del mundo en responder a la crisis del ebola en el Oeste de África en el 2014 fue Cuba.
Es simple sin esos 26 años de presencia de Cuba en aquellos 17 países de África, la historia sería otra, o contada de otra manera, no hay forma de pensar incluso muchos de los procesos revolucionarios, de descolonización, e independencia de muchos países de la áfrica subsahariana al margen del internacionalismo del proceso revolucionario cubano.
Y lo digo esto no para reforzar la narrativa colonial de la izquierda criolla Latinoamericana que con monumentos a la ignorancia, la mediocridad analítica y al enfrascamiento eurocéntrico siempre ha visto no solo con indiferencia, lejanía, sino incluso menosprecio los movimientos independentistas de África en el siglo XX. Por considerarlos menores de edad, ilegítimos porque bajo su entender fueron motivados por el mismo desinterés de Europa o literalmente arriados al proceso civilizatorio por el marxismo revolucionario de Cuba y la Unión Soviética.
Como si la sangre no se hubiera gastado, o como si las brújulas, las botas y las balas de los Lumumba, Cabral, Sankara, Agostinhio Neto no hubieran existido. Narrativa que el mismo Fidel con la lucidez, y precisión que lo caracterizaba desmintió infinidad de veces, dándole un lugar vital, fundamental a las luchas de liberación y descolonización en África en la conformación de su soberanía y del proceso revolucionario en el sur global.
Digo esto para poner de relieve el internacionalismo del proceso revolucionario cubano, y la socialización de metodologías, tácticas y estrategias militares vitales para muchos procesos revolucionarios de liberación y construcción de justicia social.
Decidí centrarme en África, pero podríamos seguir cartografiando la solidaridad y el ejemplo revolucionario de diplomacia cubana con Nicaragua, Venezuela, Vietnam, Granada, Haití, Palestina, Irak, Libia, Chile, Siria, Republica Dominicana etc.
O la solidaridad a través de la campaña continental humanitaria de “Operación Milagro”, que consiste en operar gratuitamente a personas latinoamericano/as de bajos recursos que padecen cataratas y otro tipo de enfermedades oculares. Campaña que dispone de 49 centros oftalmológicos en 15 países de América Latina y el Caribe, que ha permitido que desde el 2004 cerca de 3 millones de personas de 35 países recobren la vista.
O el exitoso programa universal de alfabetización “Yo sí Puedo”, propuesto por el mismo Fidel para erradicar el analfabetismo en el mundo, en definitiva el programa más exitoso de alfabetización a escala global, que ha dado resultados sin precedentes en Venezuela, Nicaragua, Australia, Ecuador, Bolivia, España, Nueva Zelanda, Panamá en la lucha contra el analfabetismo y los ciclos históricos de desigualdad y violencia producidos alrededor de él.
El viernes 25 de noviembre Fidel murió de vejez en una cama, contra todos los pronósticos, y con 639 atentados orquestados principalmente por la CIA cargados sobre su espalda. Que van desde el envenenamiento de un traje de buceo, dinamita en sus puros, veneno en una batida, polvo en sus botas, una pistola disfrazada de cámara fotográfica en una rueda de prensa. Hasta los más tradicionales atentados con francotiradores, mercenarios mediocres, gatilleros de la disidencia cubana entrenados directamente por la CIA en un zoológico de Florida. Atentados contra Fidel pero también atentados contra el pueblo cubano, como el caso del avión de cubana de aviación caído en Bahamas orquestado por Orlando Bosch y la CIA, bombazos en hoteles de la Habana, propagación de la epidemia de dengue hemorrágico creado en un laboratorio privado por los mismo servicios de inteligencia de Washington, hasta el sin fin de atentados orquestados por el mismo Posada Carriles en complicidad claro está nuevamente con la CIA.
Fidel sobrevivió a 11 administraciones de los EU, que sumaron esos 639 atentados, quizá de todos en el que no pude evitar pensar cuando imagine a Fidel ya descansando en su cama, fue aquella operación secreta en la que un grupito de la CIA se dio a la tarea incasable de investigar literatura científica sobre variedades y tipologías de moluscos de mar para determinar si era viable poner o no una bomba dentro de un molusco de mar con el que presuntamente Fidel se iba a encontrar en una de sus mañanas de buceo. La historia te absolvió hace tiempo. Hasta siempre Fidel. Hasta siempre Comandante.
Esto es ante todo un reconocimiento a las y los millones de cubanos de a pie que han sido parte orgánica de ese proceso revolucionario.
Fabián Villegas.