Así se cocina el discurso periférico, el arrabal como figura simbólica de la marginalidad en términos del espacio físico se quedó corto en los nuevos diseños sociales del neoliberalismo.
Aquellos futuros distópicos dibujados en los 70’s y 80’s lucen ingenuos con respecto a las realidades dramáticas del inframundo.
Las míticas historias del Palacio Lecumberri parecen fábulas con cierto nivel de benevolencia en comparación a cinco minutos al calor de cualquier centro federal de “readaptación” social en la República del invento.
La Marrana es la somatización grotesca del capitalismo en cada lado B de la historia colonial.
Zacarías es la aspiración incesante por aferrarse a la vida a través de una fullería atrasada y obsoleta, un tahúr crackero producto de la estratificación y la violencia sistémica.
El Carajo es la resilencia que tanto nos piden que celebremos después del trauma, las vejaciones, la tragedia, el arrebato; Una especie de necedad neurótica que sigue lacerando su propio cuerpo con tal de seguir persiguiendo un placebo.
Hay un poco de todos ellos en cada uno de nosotros, quienes fuimos crecidos al ritmo de un sinsentido histórico social que va mas allá de lo funcional, quienes bebimos de la crisis al hartazgo y entendemos mas allá de la respetabilidad en un esquema moral que solo en “los sures” puede comprenderse.
Una otra ciudadanía.
Así es la Vida, El Callejón de los Milagros, El Apando.